En Latinoamérica y el Caribe aproximadamente el 20 por ciento de las adolescentes contraen matrimonio (UNICEF, 2018), se ha evidenciado un crecimiento lento pero sostenido en el numero de embarazos en adolescentes desde 1970 donde se encontraba en un 16 por ciento de la población aumentando (Profamilia, 2011) según el Ministerio de Salud Publica (2013) en ENDESA aproximadamente el 20 por ciento de las mujeres en edad adolescente (15-19 años) posee un hijo, oscilando desde un 2 por ciento de las jóvenes de 15 años son madres hasta un 30 por ciento en las mujeres de 19 años, dicho porcentaje se ha mantenido sin cambios en un 20 por ciento en comparación con los datos ofrecidos en Dominicana en Cifras 2015 (Oficina Nacional de Estadísticas, 2015), con datos similares a la población global de mujeres adolescentes donde las comprendidas en la edad de 15 años tienen 3 por ciento de salir embarazadas aumentando a un 19 por ciento a la edad de los 18 años (UNFPA, 2013), y afectando principalmente a las jóvenes de edad entre 18-19 años (Profamilia, 2011), de estos aproximadamente el 25 por ciento nace con un peso debajo del adecuado.
El peso al nacer de los neonatos se ve afectado por la cantidad y calidad de los nutrientes que ingiere la madre durante el embarazo; se considera que debido a que la madre adolescente aún se encuentra en un periodo de crecimiento, esta condición puede afectar la disponibilidad de los nutrientes ingeridos por la madre, por lo cual en dicha población es aún más necesario garantizar la ingesta adecuada de nutrientes, la cual ha sido evidenciada que se encuentra disminuida repercutiendo en el peso al nacer de los neonatos (Marvin-Dowle, 2016).
Profamilia (2011) reporto que no existe diferencia en el bajo peso al nacer de los neonatos, la mortalidad post-natal e infantil entre las madres adolescentes y las no adolescentes, sin embargo en un estudio posterior (Profamilia, 2015), se reporta que la mortalidad neonatal se encuentra mas elevada en las madres adolescentes (35 por cada 1000 nacidos vivos) comparado con las madres no adolescentes con cierta tendencia al incremento. La mortalidad neonatal en productos de madres adolescentes es mayor independientemente del nivel educacional de las mismas y se mantiene más elevada aun que en las madres de edad elevado (Fonseca, 2017), esta mortalidad ha sido demostrada en múltiples estudios como elevada en comparación con la población de madres no adolescentes (Kang y col, 2015; Vaughan y col, 2014).
Entre las complicaciones asociadas al ser hijo de madre de adolescentes se encuentra la prematuridad, donde se han descrito que hasta un 33 por ciento de las madres primíparas adolescentes tienen un producto preterminó y en las multíparas ha sido descrito hasta en un 23 por ciento de los casos. Tanto la disminución del peso para la edad gestacional, como la ausencia de adquirir la edad gestacional optima al nacer son factores evidenciados en las madres embarazadas (Njim, 2018), y dichos factores han sido asociados de manera significativa en las repercusiones neurológicas, como el retraso del desarrollo entre otras (Schonhaut y col, 2015; Murray y col, 2015; Johnson y col, 2015). La prematuridad en las madres adolescentes aumenta el riesgo de complicaciones neurológicas en los infantes en comparación con los prematuros hijos de madres no adolescentes (Hoffman, 2015).
El riesgo de presentar retraso en el desarrollo en los hijos de madres adolescentes oscila entre un 27 a un 42 por ciento, dicho riesgo va disminuyendo a medida que se eleva la edad materna (Falter, 2018). Las madres adolescentes tienen mayor riesgo de eventos adversos del embarazo como son, preeclampsia, infecciones de tracto urinario, septicemia, entre otras las cuales repercuten en la morbilidad del neonato en la posterioridad (Ganchimeg, 2014).
Se ha evidenciado que la condición de madre soltera se observa en las adolescentes lo cual las obliga a asumir la responsabilidad del cuidado y de la educación de su hijo. Como técnicas de control del comportamiento las adolescentes hacen uso de verbalizaciones, ante conductas como la desobediencia, optan por asumir una actitud de indiferencia, frente a la aparición de conductas inadecuadas o el incumplimiento de los compromisos adquiridos, quitan al niño un beneficio que ya estaba otorgado. Estas utilizan el castigo físico como una forma de sanción. Predominan las amenazas de retirar el afecto, como parte de un conjunto de prácticas a través de las cuales se intenta ejercer disciplina y autoridad. Se destaca la escasa presencia del diálogo o explicación frente al castigo impuesto, evidenciándose una regulación negativa basada en métodos autoritarios. Para reforzar comportamientos positivos, las madres adolescentes alientan la comunicación verbal combinándola con incentivos o premios cuando el niño hace algo que se considera bueno y significativo dentro de la cotidianidad, especialmente la obediencia. Entre las estrategias más utilizadas se encuentran los estímulos verbales y táctiles, así como estrategias de recompensa. La preparación de comidas y las salidas se reconocen también como recursos bastante motivadores en los niños. (Alonso y cols 2014).
El desarrollo cognitivo, el lenguaje, la obtención de habilidades motoras, se ven afectado por diversas causas directas e indirectas al ser un producto de una madre adolescente (Falter y col, 2018; Khatun y col, 2017; Hoffman y col, 2015), además de los efectos adversos en torno al neurodesarrollo también existe el riesgo elevado de malformaciones congénitas (Kang y col, 2015; Vaughan y col, 2014) y enfermedades a nivel de sistema gastrointestinal, respiratorio, genitourinario, entre otras, ya sea de origen infeccioso o no (Hviid, 2017).
La crianza durante la adolescencia se convierte en una práctica concebida por las madres adolescentes como normal, que las hace sentirse realizadas y con un nuevo estatus social que, según Serrano y Sánchez, les implica una mayor responsabilidad y les infunde deseos de progresar, pues las “responsabilidades maternas las hacen más madres…” , lo cual conlleva incluso en el distanciamiento de sus amigos y dejando de lado actividades sociales para asumir responsabilidades de la crianza, como también lo identifican Gómez et al. y Akiko. Esta práctica les facilita adquirir una nueva posición frente a su grupo de pertenencia y es un medio para tener algo propio, puesto que tener y criar un hijo o hija eleva la autoestima de la mujer, le demuestra haber superado la niñez y le otorga la posibilidad del ejercicio legal de la sexualidad (Akiko 2009), incluso identifica que en ellas desaparecen sentimientos de vacío que existían con relación a su vida, aludiendo a que ahora tienen una razón para vivir. En este sentido, “los patrones de comportamiento de las madres adolescentes hacia sus hijos pueden ir modificándose con el paso del tiempo y por la interacción que entablan con otros adultos implicados en el cuidado”
González y Estupiñán y Rozo et al. han identificado en sus estudios que algunas madres adolescentes son promotoras del cuidado de sus hijos e interactúan con ellos de acuerdo con sus demandas: los estimulan, amamantan, demuestran sensibilidad y apego cuando están recién nacidos, intentan pasar tiempos de calidad con sus hijos e hijas aún a pesar de realizar otras tareas como continuar sus estudios y llevar a cabo las labores del hogar, pues sienten la responsabilidad que demanda ser ama de casa, sin escatimar los esfuerzos por su hijo o hija, lo cual hace que se conviertan en madres humanas competentes ante su familia y su pareja. (Parada, 2017).
Existe, a su vez, una correlación positiva y significativa entre la sensibilidad materna y el apego. (Parada, 2017). Las respuestas de la madre ante las necesidades del bebé, efectivamente, influyen en la forma como éste se relaciona con ella y con su estilo de respuestas como madre. De otro lado, se identifica que a partir de las expectativas del padre y madre en relación con el sexo de sus hijos, se configuran también sus interacciones con ellos. No obstante, se identifican otros hallazgos que evidencian interacciones de las madres con sus hijos en donde ellas se tornan distantes y parecen tener más dificultades para regular sus propios estados emocionales durante esas interacciones, debido a factores como la depresión y las vivencias sociales difíciles que interfieren en la calidad de la relación entre madres e hijos.
En diferentes países del mundo se estima que
los padres y madres adolescentes tienen un gran riesgo social, pues no cuentan
con los recursos económicos necesarios para atender un grupo familiar y
realizar interacciones con el medio en forma adecuada. Una de las causas de
este problema se relaciona con el bajo nivel de escolaridad que poseen, lo cual
conlleva a que se empleen en labores que no tienen remuneración suficiente para
cubrir sus gastos (Parada, 2017).

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